Santos
Primera Lectura
En aquellos días, Ana estaba sentada, oteando el camino por donde tenía que llegar su hijo. Tuvo el presentimiento de que llegaba, y dijo al padre: "Mira, viene tu hijo con su compañero."
Rafael dijo a Tobías, antes de llegar a casa: "Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las nubes de los ojos se contraigan y se le desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz." Ana fue corriendo a arrojarse al cuello de su hijo, diciéndole: "Te veo, hijo, ya puedo morirme." Y se echó a llorar. Tobit se puso en pie y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías fue hacia él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, le agarró la mano y le dijo: "Ánimo, padre." Le echó el remedio, se lo aplicó y luego con las dos manos le quitó como una piel de los lagrimales. Tobit se le arrojó al cuello, llorando, mientras decía: "Te veo, hijo, luz de mis ojos." Luego añadió: "Bendito sea Dios, bendito su gran nombre, benditos todos sus santos ángeles. Que su nombre glorioso nos proteja, porque si antes me castigó, ahora veo a mi hijo Tobías."
Tobías entró en casa contento y bendiciendo a Dios a voz en cuello. Luego le contó a su padre lo bien que les había salido el viaje; traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel: "Está ya cerca, a las puertas de Nínive." Tobit salió al encuentro de su nuera, hacia las puertas de Nínive. Iba contento y bendiciendo a Dios, y los ninivitas, al verlo caminar con paso firme y sin ningún lazarillo, se sorprendían. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista. Cuando llegó cerca de Sara, munjer de su hijo Tobías, le echó esta bendición: "¡Bien venida, hija! Bendito sea tu Dios, que te ha traído aquí. Bendito sea tu padre, bendito mi hijo Tobías, y bendita tú, hija. ¡Bien venida a ésta tu casa! Que goces de alegría y bienestar. Entra, hija." Todos los judíos de Nínive celebraron aquel día una gran fiesta.
Salmo
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y transtorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Evangelio
En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies." Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.
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