Durante octubre de 2021, varias mujeres venezolanas viviendo en la Casa Betania, una Casa de Hospitalidad para mujeres migrantes en la parroquia Columbana de San Columbano, en Santiago de Chile, ofrecieron contar sus historias. Sus identidades han sido cambiadas. La parroquia también opera una Casa de Hospitalidad para hombres.
¿Por qué abandonar Venezuela? La situación actual.
Según los informes recientes del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 5.9 millones de personas han abandonado Venezuela en los últimos años. Esta huida de la represión, sobre inflación, escasez de alimentos y suministros médicos, al igual de los servicios esenciales representan una de las mayores crisis de desplazamiento en el mundo.
El Programa Mundial de Asistencia Nutricional de las Naciones Unidas dice que uno de cada tres venezolanos, es decir 9.3 millones de personas, está clasificado como inseguridad alimenticia. El número de niños muriendo de enfermedades relaciones con el hambre y malnutrición ha ido en aumento. Enfermedades, anteriormente erradicadas, tales como la malaria y el cólera, han regresado.
La mayoría de los venezolanos que llegan a los países vecinos son familias con niños, mujeres embarazadas, ancianos y personas con discapacidad. Sus viajes a través de más de una frontera nacional hacia la seguridad a menudo se realizan por rutas irregulares que los dejan a merced de traficantes humanos, contrabandistas y grupos armados ilegalmente.
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Los venezolanos desplazados llegan con muy pocas posesiones, completamente agotados y con necesidad urgente de ayuda. En muchos casos, están en situación precaria, ya que carecen de documentación oficial que les daría seguridad de residencia y acceso a los servicios en el país de acogida. Por lo tanto, son particularmente susceptibles a actitudes racistas, así como a la explotación sexual y laboral, tráfico, violencia y discriminación.
Los países anfitriones de toda América Latina han sido generosos recibiendo a los venezolanos, pero su capacidad para recibirlos está alcanzando rápidamente un punto de saturación, sus recursos se han desbordado.
La historia de Ana María
“En Venezuela, teníamos que esperar en largas colas para tratar de conseguir comida o gasolina, o cualquier cosa. No había trabajo. Era extremadamente difícil obtener medicinas. Así que mi esposo y yo, con nuestra pequeña hija, decidimos irnos. Salimos en abril de 2018 y viajamos primeramente a Perú, donde apenas sobrevivimos por tres años”.
“En mayo de 2021, decidimos mudarnos a Argentina. Por problemas económicos ahí, entonces decidimos mudarnos a Chile, llegando en septiembre de 2021. Le damos gracias a Dios por la recepción de bienvenida aquí en las Casas de Hospitalidad para Migrantes de la parroquia”.
La historia de María Eugenia
“Cuando salí de Venezuela en 2019, me reuní con mi esposo en la provincia peruana de Trujillo. Él había salido antes que yo para encontrar un lugar donde vivir. El trabajo que obteníamos tenía largas horas cada día y un salario extremadamente bajo. Apenas podíamos pagar la comida y la renta. Como nos trataron mal y experimentamos muchos prejuicios y racismo, decidimos emigrar a Chile¨.
“Mi esposo llegó a Chile hace dos meses, alojándose en la Casa San Columbano, la Casa de Hospitalidad para hombres. Yo llegué a Chile hace solo cinco días y estoy muy agradecida de poder hospedarme en la Casa Betania. Estamos muy agradecidos a Dios y a los Columbanos por toda la ayuda que se nos ha dado. Ya sentimos que somos parte de la familia parroquial”.
“En mi viaje aquí, primero a Perú y luego a Chile, sufrí hambre, con muy poco para comer. Me sentí unidad a mis compatriotas venezolanos en nuestro sufrimiento, con quienes han dejado atrás familias y a menudo hijos y abuelos, mientras buscamos trabajo en otros países. No sabemos cuándo, o si, veremos a nuestros seres queridos de nuevo”.
“En el camino hacia aquí, especialmente cuando cruzamos el desierto y las montañas, vi familias con niños pequeños que tenían que tirar las pocas pertenencias que tenían. Llegamos solo con la ropa que llevamos, hambrientos y agotados”.
“Pero, tenemos un deseo realmente fuerte de perseverar a toda costa y aprovechar cualquier oportunidad que esté disponible. Que Dios bendiga el trabajo de las dos Casas de Hospitalidad de Migrantes de esta parroquia”.
La historia de Marcela
“Esta es mi historia desde que salí de Venezuela. Mis tres hijos no tenían comida, nada que comer, ni pañales y no había trabajo. Con mis tres hijos, cruzamos a Colombia y desde allí comenzamos un viaje de siete días a Perú. Sufrimos frío, calor, y hambre durante esos siete días para llegar a Perú”.
“Estaba muy emocionada cuando llegamos a Perú, con grandes expectativas de tener una calidad de vida mucho mejor. Sin embargo, un gran sentimiento de decepción pronto se hizo cargo. Mis hijos no podían ni siquiera estudiar en una escuela pública, porque eran extranjeros indocumentados”.
“Mi hija mayor sufrió mucho, fue víctima de racismo, y se negó a abandonar nuestros cuartos alquilados por temor a ser maltratada. Nos llamaron malas personas, que habían venido a quitar los trabajos a los lugareños, y ladrones”.
“Después de tres años de sobrevivir a todo esto en Perú, decidí dejar a mis tres hijos con su padre en Perú e ir a Chile, para tratar de encontrar una mejor calidad de vida para nosotros allí. Una vez establecida en Chile, mi esposo y mis tres hijos se reunirían conmigo”.
“El viaje de Perú a Chile fue muy difícil y es bueno que mis hijos no estuvieran conmigo. Muchas personas se aprovecharon de las pocas posesiones que nosotros, como grupo de migrantes venezolanos, teníamos con nosotros. Nos engañaron, nos mintieron, y estafaron. Nos vendieron boletos de camión que nunca existieron. Tuvimos que caminar por el desierto de Atacama en pleno sol de día y el frío helado de la noche”.
“Pero cuando tienes fe, puedes hacer muchas cosas e incluso más grandes todavía. Dios nunca nos abandona. Estoy muy motivada para salir adelante y traer a mi esposo y tres hijos aquí. La fe puede mover montañas y todo en esta vida es posible”.
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