En la noche del 7 de septiembre de 1651, las cosas pintaban mal para Carlos Estuardo, el futuro rey Carlos II. Cuatro días antes, su ejército realista había sido destruido por los Parlamentarios de Oliver Cromwell en la Batalla de Worcester, el enfrentamiento final de las Guerras Civiles Inglesas (1642-51). Junto con un pequeño grupo de partidarios, ahora estaba huyendo. Había precio por su cabeza. El día anterior, solo había escapado de la captura escondiéndose en las ramas de un roble (que más tarde se celebraría como “El Roble Real”) en los terrenos de la Casa Boscobel en Shropshire. Había mucho en juego, dos años antes, su Padre Carlos I había sido decapitado públicamente en Londres.
Para los desesperados fugitivos, parecía ser su última oportunidad de seguridad. La perseguida minoría católica inglesa se había puesto del lado de la Corona en las Guerras Civiles, y cerca de Stafforshire (apodada la “Pequeña Roma” por el número de sus casas católicas) estaba Moseley Hall. Este era propiedad del católico Whitgreaves. Además, esta familia era atendida clandestinamente por un sacerdote, un monje Benedictino llamado P. John Huddleston, que vivía ahí disfrazado de sirviente. Como Carlos recordó más tarde al diarista Samuel Pepys, eran “Chatolique Romanos”, y decidí confiar en ellos, porque sabía que tenían escondites para los sacerdotes, que pensé podría usar en caso de necesidad”.
Al amparo de la oscuridad, cinco hermanos de la familia Penderel, “los cinco fieles” de Carlos, trajeron al príncipe a Moseley montado sobre un viejo caballo de molino. (Cuando Carlos se quejó de la incomodidad de su montura, Humphrey supuestamente respondió, “Mi señor, ¿puedes culpar al caballo de ir pesadamente cuando tiene el peso de tres reinos en su espalda?)
El futuro monarca de Inglaterra, Escocia, e Irlanda se encontró en Moseley en las primeras horas del 8 de septiembre, para ser recibido por Thomas Whitgreave, la madre de Thomas Alice y el Padre Huddleston. Estos iban a ser los únicos tres miembros de la familia al tanto de la verdadera identidad del misterioso visitante. Aún los sirvientes leales fueron informados que el hombre era sólo otro monárquico perseguido.
Huddleston inmediatamente llevó a Carlos a su propia habitación del primer piso. Este tenía una vista clara de la carretera de acceso y era accesible a una escalera trasera. Crucialmente, tenía otra ventaja. Junto a la chimenea había un armario y, bajo su piso, una trampilla que llevaba a uno de los famosos “agujeros de sacerdote”. Le había servido a Huddleston durante muchos años. Ahora iba a salvar la vida de un rey.
El refugio de Carlos en Moseley no había llegado demasiado pronto, porque los Roundheads de Cromwell le pisaban los talones. En su segundo día en la casa escucho el temido grito, “¡Vienen soldados!” Inmediatamente fue metido en el agujero del sacerdote, donde permaneció acostado hasta que las tropas se fueron. Mirándolo ahora, solo puedes imaginar lo claustrofóbico que debe haber sido, como Carlos comentó irónicamente mas tarde a Pepys, era “el mejor lugar en el que había estado”.
Carlos apenas había podido evadir su captura, pero él y sus anfitriones sabían que no su suerte no podía durar. Los soldados volverían. Así, que un día después, arreglaron que una valiente monárquica protestante, Jane Lane, llevara a Carlos con ella a Bristol disfrazado como su sirviente, bajo el pretexto de visitar a su hermana que vivía en esa ciudad. Fue desde Bristol que Carlos llegó a la costa sur y, finalmente, de allí a Francia.
Nueve años nerviosos estaban por delante de aquellos que le ayudaron a escapar. Sin embargo, la historia tuvo un final feliz. O mejor dicho, varios finales felices. Cromwell murió en 1659, y en 1660 Carlos fue finalmente restaurado al trono como Carlos II. Las familias Whitgreave, Ponderet, y Lane fueron recompensadas. En cuanto a John Huddleston, fue convocado a Londres, alojado en la Casa Somerset, se le concedió inmunidad de enjuiciamiento y fue instalado como Capellán Real, primero para la madre católica de Carlos, la Reina Enriqueta María, y luego para su esposa católica portuguesa la Reina Catalina de Braganza, el único inglés al que se le otorgó ese honor.
Pero la historia ni siquiera termina ahí.
Inspirado en gran parte por el valeroso ejemplo de aquellos católicos que lo habían protegido después de Worcester, Carlos consideró durante mucho tiempo convertirse en católico, pero las consideraciones políticas lo hicieron imposible. Luego, en la mañana del 2 de febrero de 1685, cayó gravemente enfermo. Sabiendo que estaba muriendo, consultó en secreto a su hermano católico James (más tarde Rey James II). Una vez que el clérigo protestante había sido expulsado, subió las escaleras traseras un sacerdote católico, que le dio a Carlos los últimos Sacramentos y le recibió finalmente en la Iglesia Católica.
Ese sacerdote fue el Padre John Huddleston.
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