La gente estaba de compras, aquí en El Paso, preparándose para enviar a sus hijos de regreso a clase y ayudándolos a obtener la educación que les provee un nivel de seguridad económica en sus futuros. Ir a la escuela significa que nuestros niños podrán conseguir mejores trabajos algún día, con oportunidades para desarrollar sus destrezas, su intelecto, sus habilidades sociales, sus valores y sus vidas espirituales.
Pero con todos nuestros planes para el futuro, lo inesperado puede convertir en escombros todos nuestros planes y sueños, igual que en la parábola del rico de la cual Jesús hablaba en la Biblia. Paz y seguridad, creía haber encontrado eso, nos dice Jesús. Pero el rico estaba equivocado. Nuestro sentido de seguridad más profundo no está en planificación económica para el futuro (y mucho menos en comprar armas de asalto). Nuestra verdadera seguridad solo está en Dios, quien nos invita a vivir de una manera que traiga paz, alegría y una actitud de servicio.
Cuando dependemos de Dios para nuestra felicidad y seguridad, nos encontramos en una discrepancia. Descubriremos que somos una amenaza, y estamos en conflicto con los ideales distorsionados de los grupos de individuos intolerantes y racistas. Esos grupos rechazan el llamado de la fe a la justicia, a acoger al inmigrante, o a vivir al servicio de los que sufren. Esas personas deciden culpar al extranjero, al migrante, a un grupo de una etnia distinta a la suya, por sus problemas y pueden decidir actuar basándose en esas mentiras. Permiten que la violencia manifieste su influencia sobre el pecado en el corazón humano. Roban las vidas de otros.
La seguridad, paz y alegría del camino de Cristo nos llevan a sentir la fuerza del Espíritu y la unidad del Cuerpo de Cristo, alimentado por el Cuerpo y la Sangre de Cristo junto con el Padre como sus hijos adoptivos. Ninguna cantidad de dinero nos puede traer algún substituto, ningún acto de violencia nos puede alejar, cuando hasta nuestras muertes se transforman en puertas de Vida Nueva.
No necesitamos que las personas nos digan a que debemos temerle, como vivir cada día ansiosamente, preocupados por nuestros enemigos y guardando riquezas materiales para el caos que supuestamente viene. Solo tenemos que vivir como Dios nos invita a vivir, en servicio a los demás y en la paz y alegría del Reino de Dios, ya sembrado en nuestros corazones.
Al llorar por quienes hemos perdido, nos unimos como una comunidad, muchos de nosotros creemos que la misericordia de Dios ha llevado a las víctimas de la violencia en El Paso a un lugar de alegría eterna, la alegría de la victoria de la vida sobre la muerte, en la presencia liberadora de Dios. Dios conoce en su propia carne el dolor y sufrimiento de la violencia mediante el cuerpo de Cristo y libra nuestras vidas de los planes irracionales de quienes están perdidos en el odio. No encontraremos mejor seguridad que eso.
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