Unidos en el Corazón de Dios

Haber crecido en Irlanda no solamente el primero de noviembre, sino todo el mes, era tiempo de recordar a nuestros amados difuntos. Mientras que la mayoría de la gente visitaba un cementerio durante los primeros días de noviembre para orar por los miembros de sus familias, mucho visitaban otros cementerios en diversas ocasiones durante todo el mes para recordar a algún vecino difunto, colega o amigo. Aún más, era usual orar todos los días por los difuntos. El mes entero de noviembre era dedicado, por lo tanto, a recordar a quienes habían fallecido.

Como misionero Columbano en Japón, extrañaba estas tradiciones de mi país. En particular, extrañaba poder visitar las tumbas de mis amados difuntos. Decidí entonces, empezar mi propia tradición de recordar los difuntos durante el mes de noviembre.

Mi primer paso fue comprar una libreta pequeña. Entonces, cada día durante el mes de noviembre me tomaba unos pocos minutos para recordar, escribir el nombre, y entonces orar por tres o cuatro personas que se habían cruzado en el camino de mi vida, pero que habían fallecido. Durante la primera semana los que más recordaba fueron miembros de mi familia de la generación de mis abuelos. La siguiente semana muchos de ellos por los que oraba fueron vecinos y colegas fallecidos. Luego, durante la tercera semana, me encontré escribiendo los nombres de mis maestros y mentores fallecidos. La última semana recordé aquellas personas con las cuales conviví solamente por un corto tiempo, pero que habían tocado mi corazón y cambiaron mi perspectiva antes de que se fueran a la casa de Dios.

Volviendo sobre mi jornada de vida y recordando a varias personas con las que me encontré a lo largo del camino, desperté en mí una mezcla de emociones: tristeza, gratitud, resentimiento, coraje y nostalgia. Me di cuenta de las bendiciones así como de las heridas que cargaba en mi corazón. Algunos días le daba gracias a Dios por el don de una persona en particular. Otros días pedí la gracia de perdonar a alguien que me había dañado. Otros días pedía perdón por el mal que había infligido en otra persona. Cada día por todas las personas fallecidas y yo. 

Como emigrante en Japón, después de pasar una pequeña porción de cada día durante el mes de noviembre recordando personas que se habían cruzado en mi camino y quienes ya habían fallecido, caí en cuenta de que si vivimos en nuestro país de origen o en otro país, si estamos viviendo en este mundo o en el siguiente, todos estamos misteriosamente unidos unos a otros en el corazón de Dios.

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