La obra misionera en el extranjero trae muchas sorpresas, pero un período de 12 días de cuarentena obligatoria en una instalación segura cerca del aeropuerto de Londres fue una “primicia” para mí. Viajar de regreso a Gran Bretaña durante la crisis de COVID después de muchos años en Perú fue un asunto verdaderamente extraño, aunque tengo que admitir que en cierto sentido el tratamiento “especial” que me dieron sirvió para aumentar mi autoestima.
Aún antes de arribar a Inglaterra, me había adentrado en lo inusual con una escala de 10 horas en el aeropuerto Atocha de Madrid, enorme, pero aparentemente desierto aparte de mí. Caminé en los pasillos silenciosos como un personaje de una película de ciencia ficción, el último que queda vivo después de que la bomba ha caído.
Al llegar a Heathrow, la mención de “América del Sur” provocó una ráfaga de actividad de seguridad, con un escuadrón de oficiales que cortés pero firmes me condujeron hacia un minibús que me esperaba para conducirme directamente al hotel designado para la cuarentena. Ahí, logré notoriedad inmediata cuando, al pedirme los datos de mi tarjeta de crédito y el número de mi teléfono celular, informé en la recepción que (en el verdadero espíritu del estilo de vida Columbano) no poseía ninguno de estos artículos. En lugar de eso, para cubrir mis gastos incidentales que podría tener, les ofrecí un depósito de £6, que era todo mi capital de libras esterlinas. Esto ocasionó una rápida junta administrativa, al final de la cual fui informado de que mi situación era bastante “irregular”. Sin embargo, estaban preparados para hacer una excepción, dado de que estábamos viviendo en circunstancias “excepcionales”. Fue agradable conocer que, de alguna manera, me estaban viendo como “excepcional”.
Mi lugar de aislamiento fue de lo más cómodo, completo con cable, internet, y todo el mobiliario necesario. Lo que faltaba era el contacto con otros seres humanos. Los alimentos eran dejados afuera de mi puerta. Depositaba mis bolsas de basura en el mismo lugar, para ser retirados por una mano invisible.
Por lo que pude enterarme, la mayoría de mis compañeros residentes (y miembros del personal) eran musulmanes. Esto podría explicar por qué, en los primeros cuatro días de mi hospedaje, el personal de la cocina me confundió con una pareja que observaba el ayuno de Ramadán. Por lo tanto, me trataron con porciones dobles de platos exóticos, los entregaban a horas extrañas de la noche y nada durante las horas del día. Intrigante.
Mi dificultad principal era la falta de aire fresco y ejercicio. La solución era levantarse muy temprano, ponerme mi equipo deportivo, empujé la cama contra la pared y troté 30 minutos ida y venida en forma de “L” creada. Me pareció una buena preparación para cualquier período futuro de aislamiento que pudiera sufrir por causa del Evangelio.
Después de doce días y dos resultados negativos de COVID, fui liberado bajo la custodia de mi compañero Columbano P. Pat O´Beirne, y me dirigí a la seguridad de nuestra casa en Londres, feliz sabiendo que había obedecido mis órdenes de viaje y había puesto mi granito de arena para evitar la propagación del virus.
Todo lo que puedo decir a modo de conclusión es repetir las palabras de mi vieja madre (En paz descanse), “Todo es experiencia, todo es parte de la aventura de la vida”. Amén.
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