A la edad de 21 años, sentí por primera vez el llamado al sacerdocio. Estaba desconcertado por esta aparente atracción mundana. No hubo una visión, ninguna voz, sólo un sentimiento. Ciertamente no vino de mí, ya que nunca tuve la idea de ser sacerdote durante mis primeros años. Así que, ¿cómo podría ser esto? Luché en contra de esto por unos pocos años, pero eventualmente, llegué a la conclusión de que era de Dios. Sin embargo, ¿quién era este ser sin rostro que me llamaba a mí a este servicio? Empecé una búsqueda para conocer a este Dios. En mis oraciones, pregunté por algún tipo de revelación, una señal, para revelarse a sí mismo. Tal vez una voz concreta me hable. Quizás una visión aparecerá. Por desgracia para mí, el misterio del Espíritu Santo era el rostro conocido de Dios.
Unos años después, en mi año de formación espiritual como seminarista, participé en el retiro ignaciano de 30 días. Tenía que practicar la oración de imaginación contemplativa que es encontrar a Dios a través de una historia, específicamente del Evangelio. En este proceso, el director espiritual me daba un pasaje del Evangelio y emplearía el día contemplando ese pasaje. En otras palabras, tenía que imaginarme a mí mismo dentro de la historia, caminando con Jesús y los discípulos. Tenía que imaginar, con mis sentidos, las escenas y sonidos de estar allí. Tenía que contemplar la apariencia de Jesús, lo que decía, cómo lo decía, etc. Me tomó algún tiempo adaptarme a este modo de orar, porque antes, mis oraciones eran más como yo “hablando” con Dios. Imaginación contemplativa era yo “escuchando” a Dios, recibiendo de Él en lo que experimentaba. Así, llegué a conocer mejor a Jesús.
Como sacerdote, misionando en Chile, llegué a conocer a Jesús a través de las personas a las que ministré. El hombre alcohólico que superó diecinueve años de adicción. La pobre mujer embarazada que estaba llena de gozo por ser cuna de vida. Un joven adolescente en silla de ruedas sufriendo de espina bífida que decidió ser monaguillo, ayudando a los sacerdotes a celebrar la misa. Su coraje y fe para vencer las adversidades insuperables con esperanza me revelaron el rostro de Jesús que liberó a las personas de su sufrimiento al dar alegría y amor.
A lo largo de los años, me he dado cuenta de que nuestra relación con Dios, especialmente Jesús, nunca es estática. Está continuamente en evolución. En las diferentes etapas de nuestras vidas, experimentamos a Dios de diferente manera. Algunas veces Dios parece estar distante o desconocido. Otras veces, más cercano e íntimo. Una cosa que he aprendido en mis muchos años de experiencia es que Dios nunca deja de revelarse a nosotros. Puede ser por medio de la oración, sentimientos, una experiencia, personas, o la naturaleza. Es una cuestión que nos corresponde a nosotros darnos cuenta. Como dice el P. Richard Rohr, “No podemos alcanzar la presencia de Dios porque ya estamos en la presencia de Dios. Lo que está ausente es la conciencia”. ¿Cómo has conocido a Dios?
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