El pasado 18 de abril, abordé un avión de camino a Francia. Comenzando ahí, estaba de camino a Santiago de Compostela en España. No era mi intención ir como un cristiano, ni como misionero. Simplemente quería ir. Fue como la primera vez que fui a misa o visité la Sociedad Misionera de San Columbano – no tenía intención de creer en Dios ni convertirme en misionero. Mi deseo era ir.
Así comenzó mi camino solitario. En Francia, tomé un tren nocturno a Bayona. De ahí tomé un bus a San Sebastián. En la mañana del 20 de abril, cruzaba los Pirineos con mi bolso de 13 kg en mi espalda. El clima estaba templado y las vistas eran hermosas. Era increíble que estaba en este camino. Ignoré la ansiedad y la tensión con la cual comencé mi camino.
En el camino de peregrinaje, cada persona decide a qué hora comenzar, cuán lejos caminar, que comer, si caminar o ir en bus o taxi, etc. Eso es lo que hice. Cada mañana salía a las 7 am. En el undécimo día, una hora después de comenzar la caminata, la lluvia comenzó a caer fuertemente. Pensaba en sí debería seguir caminando y cruzar la montaña o tomar un bus al próximo lugar de descanso, o buscar donde descansar. Después de dos horas no había decidió. Me encontré sentado en una barra, mojada y con frio. Mientras esperaba a que la lluvia cesara, me sorprendí al verme en tantos problemas. Me sentía cansado y triste.
Consciente de la caminata frente a mí los próximos días, intenté descansar lo más que pude, caminar a mi paso y comencé mi dialogo interno. Estos pequeños cambios calmaron mi mente y, aunque me dolía el cuerpo y me sentía cansada, estoy contenta con el progreso de mi caminata.
Cuando se calló mi uña y mis pies se ampollaron, una mujer llamada Paula trató mis pies y me consoló. Algunos peregrinos coreanos me dieron analgésicos y comida coreana. Una chica de Lyon me saludó al salir de misa. Un hombre mayor de España me regaló naranjas, las cuales me dieron fuerzas. Quisiera poder ver a estas personas otra vez.
Conocí muchas personas en el camino. En el tren nocturno había un señor francés mayor, quien se aseguró de que me bajara en la estación correcta y una mujer y su hija de California me alentaron a seguir mi camino. Mario de Canadá me dijo que lo puedo llamar si me siento en peligro y me puede ayudar. Otro joven amigable de Brasil vio que estaba solo y se convirtió en mi compañero. Sin embargo, no pude conocer muchas de las otras personas en la caminata porque estaba muy enfocada, ansiosa sobre el clima y lo que esperaba en el camino y determinada a llegar a mi destino. De camino a Compostela vi muchas fotos de la “ruta peregrina” en blogs o fotos en las paredes de las cafeterías. Eran maravillosas. ¡También tome muchas fotos, pero mis fotos las tome bajo diferentes circunstancias! Hasta creí que las fotos que veía me engañaban porque cuando estaba en “mi camino,” las cosas eran difíciles.
Mi punto de vista de la vida misionera es verdaderamente hermoso. La primera vez que me enviaron de misión pensé que podía hacer todo para llevar el amor de Dios a las personas de otra cultura, pero lamentablemente estaba concentrada en el resultado, no en la gente que conocía en el camino o en mí. El pensamiento surgió de que me “engañaba,” lo cual significaba que no estaba conectada a la realidad. Reflexioné sobre esto y lo que ser misionero significaba para mí. Mientras reflexionaba mediante la oración, me acerqué a Dios.
Escribo esto desde Taiwán. Mi intención es trabajar con pacientes de SIDA. No sé qué otros planes Dios tiene para mí, pero ya no temo porque confío en la providencia de Dios. Creo que cuando decidí ir a Santiago de Compostela y cuando decidí ser misionera, Dios tenía un plan para mí. Le agradezco a Dios por ponerme en este camino, en el camino a Santiago o en mi misión e intento hacer lo mejor porque es todo lo que puedo hacer. Estoy contenta porque Dios está conmigo mientras camino.
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