El mensaje del Papa San Pablo VI todavía es aplicable…
“Por un lado, están aquellos que, bajo el pretexto de una mayor fidelidad a la Iglesia y al Magisterio, rechazan sistemáticamente las enseñanzas del Concilio por sí mismas, sus aplicaciones y las reformas consecuentes, su aplicación gradual por la Sede Apostólica y las Conferencias Episcopales, bajo nuestra autoridad, querida por Cristo. El desprestigio se ejerce sobre la autoridad de la Iglesia en nombre de la Tradición, cuyo respeto sólo se atestigua material y verbalmente; los fieles se distancian de los lazos de obediencia a la Sede de Pedro en cuanto a sus obispos legítimos; la autoridad de hoy se rechaza en nombre de la de ayer.
Es muy doloroso notarlo: pero ¿cómo no podemos ver que esta actitud, cualesquiera que sean las intenciones de estas personas, se coloca fuera de la obediencia y comunión con el Sucesor de Pedro y por lo tanto de la Iglesia?
Ya que esto, desafortunadamente, es la consecuencia lógica, esto es, cuando se argumenta que es preferible desobedecer con el pretexto de conservar la fe intacta, de trabajar a su manera para la preservación de la Iglesia Católica, mientras al mismo tiempo se le niega su obediencia efectiva. ¡Y se dice abiertamente! Nos atrevemos a decir que el Concilio Vaticano II no es obligatorio; la fe también podría estar en peligro por las reformas postconciliares y orientaciones, que uno tiene la obligación de desobedecer para preservar ciertas tradiciones. ¿Cuáles tradiciones? ¡Es este grupo, y no el Papa, no el Colegio Episcopal, no el Concilio Ecuménico, el que establece cuáles de las innumerables tradiciones deben ser consideradas como normas de fe! Como ven, nuestros venerados Hermanos, esta actitud se alza como juez de la divina voluntad, que estableció a Pedro como su legítimo sucesor como la Cabeza de la Iglesia, como garantía y custodio del depósito de Fe.
Y esto es aún más grave, en particular, cuando se introduce la división, precisamente cuando congvegavit nos in unum Christi amor (El amor de Cristo nos une), en la Liturgia y el Sacrificio Eucarístico, rechazando las normas definidas en el campo litúrgico. Es en el nombre de la Tradición que pedimos a nuestros hijos, todas las comunidades Católicas, a celebrar la renovación de la Liturgia en dignidad y fervor. La adopción del nuevo “Ordo Missae” (Orden de la Misa), no se deja ciertamente a la discreción de los sacerdotes o de los fieles (…) El nuevo Ordo fue publicado para reemplazar el viejo, después de una deliberación madura, siguiendo lo solicitado por el Concilio Vaticano Segundo. Del mismo modo, nuestro Predecesor Pío V había hecho obligatorio el Misal reformado bajo la autoridad del Concilio de Trento.
Exigimos la misma disponibilidad, bajo la misma suprema autoridad que viene de Cristo Jesús, a todas las demás reformas litúrgicas, disciplinarias y pastorales que han madurado en los años recientes en aplicación de los decretos conciliares. Cualquier iniciativa que pretenda obstaculizarlos no puede asumir el privilegio de prestar un servicio a la Iglesia: de hecho, le causa graves daños”.
Discurso en el Sagrado Consistorio para el Nombramiento de Cardenales
Mayo 24, 1976
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