Si tuviera que describir mis 12 años acompañando a prostitutas, tendría que decir que me he sentido realmente impotente por un lado y profundamente consciente de la presencia de Dios por el otro. He sentido muy vivamente el amor y la compasión de Dios en ese mundo oscuro y lleno de dolor. A veces he podido casi sentir las lágrimas de Dios al mirar en los ojos de quien era casi una niña.
La zona que visité en el centro de Seúl tenía cerca de 200 burdeles con casi 1,500 mujeres jóvenes que trabajaban en ellos. Aislados del mundo exterior, había grandes avisos que prohibían entrar a cualquier persona menor de 18 años. Las calles eran demasiado estrechas para cualquier tipo de transporte lo que significaba caminar entre los burdeles y pasar muy cerca de las jóvenes. Ellas estaban sentadas en lo que sólo puede ser descrito como grandes escaparates en el centro de las estrechas calles. Las puertas estaban siempre totalmente abiertas incluso en el frío del invierno.
Solía visitar cada noche. Nunca olvidaré mi primera visita a la zona. Me sentía avergonzada, incómoda e incluso culpable, sólo quería huir. Era horroroso mirar a grupos de chicas jóvenes sentadas en filas ordenadas, en espera de algún hombre que las escoja, para llevarlas a una habitación trasera y hacer con ellas lo que quieran. Yo sabía desde el principio que no era bienvenida. En la tercera noche fui interrogada por tres personas diferentes de esta notoria zona roja. Pensé, ‘me están persiguiendo’. Tuvieron que ser los hombres, tal vez alcahuetes, en busca de intrusos y sin duda de que yo era una. Pero también sentí que la única cosa que había que hacer era tomar el toro por los cuernos e ir de nuevo la próxima noche, aunque me temblaran las piernas. Pero nadie me detuvo y nunca más tuve la sensación de que me estaban siguiendo. De hecho a veces, si un cliente me molestó, las chicas de inmediato vinieron a mi rescate. A medida que las fui conociendo y me aceptaron, a veces me sentaba con las chicas mientras esperaban por los hombres. En más de una ocasión, un cliente me señaló a mí a pesar de mi pelo canoso y vestido poco atrayente. Las chicas gritaban inmediatamente, “¡No! ¡No! ¡A ella no!”
Desde el principio decidí que la mejor manera de llevar a cabo este ministerio era ir sola. No quería ser una amenaza para nadie. Mi vulnerabilidad hizo que me acercara a las jóvenes más fácilmente. Al principio sólo fui a saludar a las chicas en las filas. También había mujeres de los burdeles en la calle, invitando a entrar a los hombres que por lo general venían en grupos, para que entren en su burdel y no en el próximo. Los burdeles estaban siempre en competición entre ellos.
Las chicas jóvenes no se presentaban como se suele pensar lo hacen las prostitutas - ligeramente vestidas, con mucho maquillaje, audaces y sin miedo, caminando por las calles y tratando de atraer a cualquier hombre que les pase por delante. En estos burdeles las jóvenes daban la impresión de ser niñas inocentes, dóciles y obedientes. En aquellos días, muchos de los vestidos eran batas blancas que más parecían vestidos de novia. La gente suele decir que la prostitución es una elección libre. Creo que mucho depende de lo que entendemos por libre elección. Muchas de estas jóvenes provienen de familias rotas o abusivas. Una chica me contó cómo fue violada por un grupo. Ella fue una de las pocas que fue a la policía. Cuando su familia se enteró que había ido a la policía, la rechazaron totalmente y sin lugar a donde ir terminó en un burdel.
Muchas eran adolescentes que habían escapado de sus hogares; se fueron en busca de trabajo a los centros de trabajo que a menudo son sólo una fachada para los rufianes. Éstos dieron a las chicas dinero para comprarse ropa nueva y maquillaje y volver en unos pocos días. Posteriormente fueron atrapadas en una red, incapaces de liberarse.
Y entre ellas caminaba yo, en este lugar infernal, lentamente, un iluminado burdel tras otro; como una especie de loca diciendo ‘Hola’ a este grupo de las mujeres más desinteresadas. Por algún tiempo nadie respondió a mi saludo. Pero la respuesta llegó como Cristo con la Navidad.
Poco a poco cada vez más personas comenzaron a aceptar e incluso esperar mi llegada. Me sentaba a charlar con un grupo de las “señoras de los burdeles”, sabían que yo no estaba allí para explotarlas, que tenía un gran respeto por las jóvenes y que yo no las juzgaba. En algunos casos incluso me recibieron en el burdel donde me sentaba con las chicas que estaban esperando por sus clientes. Pero sabía que el dueño estaba observando cada movimiento a través de una ventana de vidrio de una sola vía. Tenía la esperanza de dar a las chicas mi número de teléfono e invitarles al pequeño refugio que había creado para aquellas que deseaban venir. Por lo general, sólo las que tuvieron el valor de salir del burdel vinieron, y no sin riesgo. Una noche, una chica salió corriendo tras de mí y me preguntó si podía enseñarle inglés. Esta era una oportunidad que no podía dejar pasar. “Por supuesto,” le dije y la invité a venir al pequeño refugio donde vivía en comunidad con chicas como ella, todas con la esperanza de una salida de la prostitución. Ella vino y cuando le dije que era bienvenida a quedarse, ella estaba tan sorprendida, que no podía creer lo que estaba ocurriendo. Logramos ayudarla a recobrar su verdadero yo y luego a encontrar un trabajo y empezar una nueva vida.
Había pasado yo ya un buen tiempo en la zona cuando algunas de las mujeres empezaron a llamarme ángel. “Aquí viene el Ángel”, decían. Una noche, una de ellas dijo: “Usted seguramente irá al cielo”. “Pero no sin ti”, le respondí, “no voy a ir al cielo a solas”. Espero que recuerde estas palabras que salieron de mi corazón.
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