Nuestro camino de Cuaresma está llegando a su fin. Nuestros pies se están lavando, estamos compartiendo el pan, estamos caminando con nuestro fatigado Señor los sangrientos pasos hacia el Calvario. ¿Realmente gritamos "¡Crucifícalo!"? Lo hicimos. Y nuestros pecados han sido puestos al descubierto. Por sus llagas fuimos nosotros curados. Por sus heridas hemos sido sanados. Por su muerte hemos renacido.
"Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por el glorioso poder del Padre, también nosotros debemos empezar a vivir una nueva vida". (Romanos 6: 4)
Las perturbadas oraciones ante la tumba tranquila del sábado dan un amplio espacio para reflexionar sobre nuestro imperfecto proyecto de cuaresma. No, no podemos salvarnos a nosotros mismos. La virtud, la disciplina, el sacrificio heroico, nada volverá a ser suficiente. Y, sin embargo, nuestra oración, la penitencia y las obras de caridad han alimentado la esperanza de que es posible un nuevo mundo y una nueva vida.
La Vigilia de Pascua nos invita a venir, ahora, y escuchar el largo relato que narra la historia de la salvación de Dios irrumpiendo en la saga humana. Siendo aún pecadores, extraños, lejos de Dios, Dios nos amó. Estamos inquietos moviéndonos en nuestros asientos hasta que nuestros suspiros impacientes por fin llegan a cantar "¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado! "El amor de Dios es más fuerte que el pecado, el sufrimiento y toda forma de maldad que el corazón humano puede inventar, incluso la muerte misma”.
Y ahora los candidatos salen - en todo el mundo, miles - a morir y renacer en las aguas de la regeneración. En aquellas comunidades donde se realiza el bautismo por inmersión, vemos a hermanos y hermanas que se sumergen en las aguas sagradas, y se levantan, buscando el aire, y el agua cayendo en la cascada de sus caras, entre los aplausos y la aprobación de la asamblea reunida. Para que no nos volvemos demasiado alborotados, Pablo nos recuerda con severidad: "No podemos olvidarnos que todos nosotros, cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. Así que en nuestro bautismo en su muerte, por el glorioso poder del Padre, también nosotros hemos muerto, y debemos empezar a vivir una vida nueva". (Romanos 6: 3-4)
En nuestro viaje de Cuaresma, nos hemos humillado al darnos cuenta de que hemos llegado a la casa del Señor como extranjeros, vagabundos vestidos en trapos, con las manos extendidas y los corazones rotos, para recibir el abrazo de perdón del Padre. Ahora, en nuestra alegría de la Pascua, somos honorados como hijos e hijas de Dios, restaurados y perdonados, caminando en la luz, juntos, llamados a avanzar el trabajo del Reino de Dios.
Esta celebración anual del misterio pascual, brota sobre nosotros en las aguas del bautismo, lava nuestros deseos de auto justificación, perdona nuestros pecados y derrama sobre nosotros la vida nueva de la gracia santificante. Y somos nuevas criaturas, nuestras vidas no nos pertenecen. Somos discípulos, misioneros, embajadores, servidores, llamados a salir y proclamar la Buena Nueva del amor salvador de Dios a todos.
Y nuestra predicación no será sólo en palabras. Nosotros, los que hemos experimentado íntimamente la generosidad de la misericordia y la bondad de Dios, amamos a los demás como Dios nos ha amado a nosotros. Damos la bienvenida a los pobres y a los extranjeros. Compartimos nuestro pan con el hambriento. Vemos a Cristo en los pobres y en los vulnerables y decimos: "No temas. Estoy contigo. Voy a caminar contigo hacia la casa del Señor. El Dios que nos ha creado a ambos me ha enviado a estar contigo. Dios ha vencido el pecado y la muerte. El Señor ha resucitado y camina con nosotros. No temas. No estás solo".
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