“Antes bien, amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque Él es bondadoso para con los ingratos y perversos. Sean ustedes misericordiosos, así como su Padre es misericordioso.” Lucas 6, 35-36.
Quizás algunos de ustedes recuerden la primera vez que compartimos la historia de Pablo Sandoval y su esposa Epimenia en nuestra edición de junio 2017. “Un amor a toda prueba,” como se titulaba el artículo, contaba como Pablito, así le dicen cariñosamente en su parroquia en Los Ángeles, conoció a su esposa.
Pablito y Ephi, como el la llamaba, se conocieron cuando tenían 20 años y, a pesar de sus familias y diferentes categorías sociales, se casaron. Tuvieron una hermosa vida juntos y tuvieron seis hijos.
Tiempo después, Ephi tuvo una caída que requirió de dos cirugías, una en el hombro y otra en el cuello. Por negligencia médica, Ephi tuvo que comenzar a utilizar una silla de ruedas ya que su cuello fue dañado durante la cirugía.
Pablito pasó más de ocho años cuidando de su esposa con mucho cariño. Su amor era notado por toda la comunidad que lo veía en misa, como sacristán, cuando bajaba durante el rito de la paz a darle un beso a su esposa quien siempre lo recibía con una sonrisa.
“Va a ser un año desde que Epimenia se fue y desde entonces no he parado de llorar,” me contó Pablo cuando lo encontré sentado en la sacristía antes de una de las tantas misas en las que Pablo me acompaña.
“Han sido 58 años juntos y hemos estado juntos desde el primer momento,” continuó. “Por ella es que aprendí a venir a misa, porque antes prefería quedarme en casa. Por ella aprendí a rezar el Santo Rosario. Por ella entré en el grupo de Oración de San Hilario y poco después me integré en el grupo de Nuestro Señor de la Misericordia, donde hemos rezado, cantado y disfrutado juntos hasta días antes de su partida,” recordó con una nostalgia santa.
Pablo Sandoval es uno de los más fieles sacristanes que tenemos. Por muchos años ha desempeñado esa labor de manera voluntaria, sin cobrar ni un centavo y siempre puntual. Es el primero en llegar y el último en irse cuando le toca su turno de servicio en la sacristía.
Nunca ha pedido nada para él ni para su familia, nunca se ha aprovechado de su labor como sacristán. Nunca lo he escuchado hablar mal de nadie y siempre dice “amén” y agrega “gracias” al recibir la Eucaristía. Es una teología desde lo sencillo que muestra la ternura de Dios que, a través de su corazón misericordioso, fortalece, inspira y anima a este buen hombre.
Su constancia y sencillez me animaron a invitarlo como uno de los tres laicos designados que nos ayudan a preparar la custodia para la exposición Eucarística de los jueves y las fiestas de Navidad y Pascua, tarea que, por cierto, cumple no sólo con dedicación sino con mucho cariño.
Pablo nunca aprendió a leer ni a escribir en sus 84 años de vida pero, a pesar de eso, progresó mucho y formó una bonita familia hasta que sus hijos salieron de su casa para comenzar sus propias familias. Ahora vive solo en su casa, sin sus hijos y sin su Epimenia querida.
La última vez que les conté de Pablo, escribí sobre la tristeza que el sentía sobre no ser tan inteligente como sus compañeros cuando estaba en la escuela. Quizás él pensaba que podría haber cuidado mejor de su familia si Dios le hubiera dado la inteligencia que el admiraba en sus amigos.
No obstante, Pablito tiene una inteligencia notable en su fe. Es el típico hombre que mediante su sencillez aprende de su fe y la utiliza para superar las dificultades. Esta fe fue muy necesaria cuando perdió a su adorada esposa.
En la sacristía, se las ingenia para tener todo listo antes de cada misa que le toca servir, saca los libros a usarse y los reconoce, no por lo que tiene escrito, sino por su color, forma y los adornos que tienen.
Lo mismo con los vasos sagrados y paños litúrgicos. Es un gozo permanente ver a Pablo en la sacristía, con su silencio discreto o sus pasos apurados cuando tiene que arreglar el altar para la misa. O sus lágrimas de nostalgia por quien no está, o en sus cantos o en sus oraciones tan simples, pero tan llenas de Dios.
A veces, verlo es como ver al Padre Misericordioso en la figura del abuelo que siempre está ahí, o como él dice: “por si algo se necesita.”
Paz y Alegría en el Dios de la Vida.
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