Hay una palabra que hemos estado escuchando cada vez más dentro de las comunidades de la Iglesia como en algunos medios de comunicación, “sinodalidad.” El término sinodalidad se refiere a la práctica de la Iglesia que se remonta desde sus inicios de vivir el Evangelio como pueblo peregrino de Dios. Esta práctica, inspirada por el Espíritu Santo, es dual: dentro de sus estructuras (ad intra), y con quienes no comparten nuestra fe (ad extra).
Ad intra se refiere a la práctica interna de acoger, honrar y celebrar la riqueza de los carismas y las contribuciones de todos los bautizados, independientemente de su (dis)capacidad, situación económica, logros académicos, idioma o ciudadanía. Ad extra porque se refiere a las relaciones intencionales de la Iglesia con otras religiones y estructuras sociales para encontrar un terreno común para la vida.
Su Santidad, el Papa Francisco, invita a la Iglesia universal a comenzar a reflexionar y dialogar sobre cuánto hemos contribuido a esa práctica de ser Iglesia. Esta práctica de oración intencional es una práctica antigua de la Iglesia conocida como sínodo. Un diálogo orante que tiene sus raíces en la oración atenta al Espíritu de Dios que habla en cada uno de nosotros. Un diálogo que va más allá de la lluvia de ideas para un conjunto de metas, conclusiones o consenso, sino para discernir dentro de la comunidad de fe el llamado del Espíritu de Dios. Este proceso de discernimiento comunitario es en sí mismo la belleza del proceso sinodal, porque llama a los bautizados a escuchar con atención, participar activamente y orar con confianza.
Cuando la Iglesia se llama a sí misma Pueblo Peregrino de Dios, quiere resaltar la primacía de la gracia de Dios. Estamos llamados a la unión con Dios y la unión entre nosotros a través de la Iglesia mientras caminamos en la fe (ref. Lumen Gentium 1, Catecismo de la Iglesia Católica 752). Esto significa que nuestras vidas, en particular nuestras vidas de fe, nunca están estancadas, sino que siempre forman parte de nuestro camino junto con los demás y con Dios. Se necesita intencionalidad para embarcarse en este caminar, pero Dios envía continuamente el Espíritu Santo para ayudarnos mientras caminamos juntos en esta peregrinación (ref. LG 9).
El Sínodo es un instrumento de discernimiento comunitario
El discernimiento es el proceso de escuchar atentamente la inspiración del Espíritu Santo. Este discernimiento durante el proceso sinodal es comunitario porque llama a todos los bautizados a reunirse como una sola comunidad y trabajar juntos para discernir cómo el Espíritu Santo se mueve en medio de nosotros. Es importante notar que este proceso tiene más que ver con la práctica pastoral de la Iglesia que con su enseñanza.
El Sínodo es un Instrumento de Unidad
La belleza del Pueblo de Dios es que somos una iglesia diversa y nuestra fuerza radica en nuestra rica diversidad arraigada en nuestro único Señor. Nos reunimos como una comunidad unida de fe, con nuestros diversos carismas, habilidades, espiritualidades, culturas e idiomas.
El Sínodo es un Instrumento de Comunión
El Sínodo es una oportunidad para sacar a la luz los dones y las variadas experiencias que tenemos en nuestra comunidad y ofrecer esas experiencias en un esfuerzo de verdadera comunión entre nosotros. Sólo podemos tener comunión unos con otros si confiamos en el Espíritu que inspira y llama a todos. Por lo tanto, debemos estar abiertos a los dones y experiencias de los demás, realmente dispuestos a escuchar la obra de Dios que se realiza en la vida de cada uno. Esta experiencia sinodal de comunión se manifiesta también en nuestra comunión con nuestro Pastor, el Obispo como sucesor de los Apóstoles, que está en comunión con el vicario de Cristo, el Papa.
Comentarios