Columba Chang fue una misionera laica de la Sociedad Misionera de San Columbano. En junio 1990 era miembro del equipo de los primeros misioneros laicos de las regiones de Corea asignada a las Filipinas dono trabajó por dieciocho años. Sirvió como miembro del equipo central de liderazgo de los misioneros laicos por tres años en Hong Kong y sirvió en Myanmar por seis años. Después de celebrar los 30 años de vida misionera se retiró en mayo 2021. Ella compartió su historia conmigo.
Parece que fue ayer cuando me convertí en misionera laica Columbana y fui asignada a las Filipinas, pero han pasado unos treinta años. No tenía idea de que trabajaría como misionera laica por tanto tiempo. Cuando tenía tres años mis padres me tomaron en sus brazos, y fui bautizada por el sacerdote de la parroquia decidiendo que mi nombre bautismal fuera Columba. No estoy segura si tuvo una premonición de que un día me convertiría en una Misionera Seglar Columbana.
La “Casa de Amor” que rebosa de bondad humana
Tuve la idea de lo que era la vida de un misionero cuando durante mis días de trabajo asistía a Misa en la casa de Amor en un barrio pobre, o lo que cariñosamente se conoce como “distrito de la Luna” en Corea donde los padres Columbanos estaban estableciendo una pequeña comunidad. La atmósfera ahí era misteriosa y extraña para mí, ya que había sido criada en una cultura patriarcal donde la iglesia estaba centrada en los sacerdotes. Estos sacerdotes extranjeros hablaban nuestro idioma bastante bien, había adoptado el estilo de vida coreano y en particular, vivían pobremente como el resto de las personas en la barriada. Cuando estos misioneros se encontraban con sus vecinos, pacientemente escuchaban sus tristes historias y trataban de consolarlos. Tuve una viva experiencia de fe mientras observaba a estos misioneros vivir su vida en servicio activo y me di cuenta de que “Jesús no había venido a ser servido sino a servir”. Como resultado quiero creer que escogí una vida misionera en lugar de una vida matrimonial que la sociedad exigía en ese tiempo.
Si bien la vida de un misionero laico no es todo rosas, es una vida plena.
“No olvides tu propia identidad como mujer coreana y misionera seglar”, Este fue el consejo que recibí de una Hermana Misionera de San Columbano (Hermanas Columbanas) durante nuestra orientación del programa misional que tuvo lugar antes de que fuéramos asignados al lugar de nuestra primera misión. Estas palabras siempre han ocupado un lugar especial en mi jornada de fe como misionera seglar. La vida de una misionera laica no es una vida sencilla. A diferencia de los sacerdotes o religiosos que tienen una cierta imagen y papel en la iglesia, la vida de un misionero seglar no está definido así que deben recorrer un camino que aún no se ha recorrido. Los misioneros seglares tienen que rellenar cuidadosamente los puntos en un lienzo en blanco que a menudo experimentan tiempos de confusión y miedo. Una de las preguntas que más he recibido y me han puesto nerviosa fue ¿qué hacen realmente los misioneros laicos?
Pienso que los misioneros seglares son personas, que, al intentar segur a Jesús, abandonan sus países de origen y se convierten en uno compartiendo amistad con las personas de una cultura diferente especialmente con los pobres y abandonados. Como miembro de nuestra comunidad misionera somos amigos, hermanas de unas con otras, algunas veces somos estudiantes aprendiendo sobre la marcha, somo maestras enseñando y algunas veces inevitablemente asumimos roles de liderazgo.
Viviendo en un pueblo en el basurero más grande en Manila, Filipinas, en donde pepenadores de trapos se ganan la vida; acompañando a las víctimas de sida muriendo de enfermedades complicadas; trabajando con niños de necesidades especiales que han sido abandonados por sus propias familias y forzados a vivir en instituciones especiales; visitando a los confinados en prisión y a aquellos que por motivo de la guerra civil han perdido sus hogares viviendo vidas de dolor y tristeza en Myanmar… mientras reflexiono en mi vida, creo que como misionera laica he vivido una vida bendecida mientras comparto las alegrías y dolores de estas personas y convirtiéndome en su amiga.
Conversión Evangélica y dejando ir mi propia voluntad
Mientras vivía en una tierra desconocida con una cultura y un idioma diferentes, adaptándome a una nueva forma de vida, familiarizándome con el inglés y el proceso de aprender un nuevo idioma para cada región misionera fue, por supuesto, muy difícil. Pero descubrí que pelear con mi propio yo era más difícil que todo eso. Antes de comenzar a vivir como misionera laica, me consideraba una buena persona y, por lo tanto, creía que podía vivir bien como tal. Sin embargo, descubrí que no era una persona tan buena como había pensado. Sentí una sensación de vergüenza cuando me di cuenta de que cuando experimentaba situaciones que no eran de mi agrado, en realidad elegía esconderme y poner excusas. En mi deseo de recibir la aprobación competí con los demás y cuando tenía miedo de convertirme en un fracaso me reprimí a mí misma. Antes de predicar el Evangelio a los demás, yo misma debería haberme convertido primero. Aprendí que es sólo cuando acepto que soy amada como soy que puedo ser generosa al aceptar a los demás tal como son. Cuando lo pienso, me esforcé demasiado por verme bien y cometí muchos errores cuando traté de hacer las cosas a mi manera. Podría haber logrado resultados mucho más allá de mis expectativas si hubiera podido dejar ir mi voluntad y descubrir la voluntad de Dios. Es como si el agua de lluvia que se filtra naturalmente en el suelo luego fluye por los arroyos hacia el río para convertirse en agua del río que a su vez fluye hacia el océano para convertirse en agua del océano ... al dejar ir la propia voluntad e ir con la corriente, uno puede convertirse en una fuente de vida.
Jubilación y preparación para un nuevo viaje
Mientras me enfrento a la jubilación y miro hacia atrás en los días pasados, simplemente doy gracias al Señor por darme tiempos de gracia. La sociedad misionera Columbana reflexionó sobre los signos de los tiempos y respondió positivamente. Una sociedad misionera, compuesta principalmente por sacerdotes misioneros, nos invitó a los misioneros laicos a ser sus compañeros. Considero un gran honor haber podido unirme a la misión que trabaja en solidaridad con otras religiones, trabaja por la justicia y la paz, así como por la protección de la tierra y tiene como prioridad a los pobres y abandonados. Espero que en el futuro más jóvenes se inspiren en la misión de la sociedad Columbana y participen en la obra de Dios como sacerdotes y misioneros laicos. También agradezco a los miembros del equipo de simpatizantes que continuamente oran y nos acompañan por el interés que tienen en nuestra misión y sus contribuciones caritativas. Ruego que sean bendecidos por el Señor.
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