Paseando por el camino, di la vuelta en una esquina y de pronto mi ojo se fijó en una estatua. Al principio, no estaba seguro si la figura era masculina o femenina, humana o angelical, pero su pose era sorprendente y atractiva. Un brazo estaba extendido, sosteniendo una corona. La expresión facial era firme y persuasiva, como si estuviera diciendo, “Esta corona es para ti, ven y tómala.” Esta misteriosa figura tenía sin duda una apariencia bella y elegante. Esta estatua es una de las muchas que forman y representan la vida de Jesús, que se encuentran esparcidas alrededor del Santuario de la Colina de la Gracia en la Isla Jeju, Corea.
A medida que me acercaba a la misteriosa figura, me di cuenta de que era parte de una escena más grande. Había otra figura, la de Jesús, que estaba sentada cerca. Sin embargo, la apariencia de Jesús parecía indicar que se sentía mal consigo mismo. Sus pies se encontraban orientados en una dirección, su mirada en otra dirección, mientras sus manos se aferraban firmemente a su bastón. Estaba claro por su mirada que tenía curiosidad por la hermosa y elegante figura cercana, y estaba encantado por la corona de oro que estaba colgando frente a Él. Sin embargo, lo apretado de su puño en el bastón parecía indicar que estaba tenso, quizás temeroso de que su mano espontáneamente pudiera agarrar esa corona. Por su pose, era obvio que Jesús se sentía arrastrado en diferentes direcciones.
Al absorber la escena, gradualmente me di cuenta de que representaba a Jesús siendo tentado en el desierto. La hermosa y elegante figura extendiéndole la corona era Satanás. ¡Qué contraste de la imagen de Satanás de la que me había familiarizado durante mi niñez! Una creatura despreciable con cuernos, lengua ardiente, larga cola, llevando un tridente. ¡Cómo puede alguien ser tentado a seguir algo tan horrible y brutal! En contraste, había algo atractivo, casi cautivador, sobre la hermosa y elegante figura frente a mí. Cuando el mal viene camuflajeado como algo bueno y hermoso, disfrazado como algo atractivo y tentador, podemos tomarlo fácilmente en nuestras vidas. Sólo después, cuando la máscara cae nos damos cuenta de lo engañados y equivocados que estábamos.
Mientras miraba esta escena, entendí claramente de que Satanás se había disfrazado tan inteligentemente que hubo momentos en que aún Jesús se sintió inseguro de lo que realmente era buena. ¡Quizás Jesús se sorprendió al descubrir que Satanás podía inclusive citar versículos de la Biblia para atraerlo por el camino equivocado!
Durante los tiempos de confusión, duda y tentación, siento consolación sabiendo que Jesús también tuvo las mismas experiencias, de que hubo días y noches, no solamente en el desierto, pero también durante su ministerio público, cuando luchó para entrar el camino correcto y seguir la voluntad del Padre. Es muy alentador darse cuenta de que Jesús fue tentado como yo a tender la mano y captar atracciones superficiales, respuestas fáciles y soluciones egocéntricas frente a la complejidad de la vida.
El hecho de que Jesús haya sido tentado en todos los sentidos que somos tentados significa que Él realmente es uno de nosotros, que se hizo plenamente humano. Sin duda, las tentaciones que experimentó se han convertido en un don para nosotros porque ahora el puede empatizar con nosotros en nuestras debilidades: “Él es capaz de tratar con delicadeza a los ignorantes y que se están desviando, ya que Él mismo está sujeto a la debilidad.” (Hebreos 5:2) Sí, las tentaciones que Jesús experimentó se han convertido en el manantial de su compasión y misericordia hacia nosotros.
Al reflexionar sobre este estrecho vínculo entre la debilidad y la compasión, entre la tentación y la misericordia en el corazón de Jesús, me di cuenta de que mis propias debilidades y tentaciones son invitaciones a ser más compasivo y misericordioso con los demás. Cuanto más acepto mis propias debilidades, más compasivo me vuelvo hacia los que me rodean y que también luchan por elegir el camino correcto. Cuanto más reconozco mis propias dificultades para seguir la voluntad de Dios, más indulgente me vuelvo hacia aquellos que me rodean que flaquean en su fe.
Esta temporada cuaresmal, a medida recuerdo esa escena en el Santuario de la Colina de Gracia, mi oración es que se me dé sabiduría para ver más allá de las apariencias elegantes con el fin de reconocer lo que es verdaderamente bueno. También ruego por la gracia de experimentar y reconocer mis propias debilidades para desarrollar un corazón misericordioso, como el de Jesús, en mis relaciones con los demás.
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